- Carlos Eduardo Ruiz
- Analitica.com Venezuela, 2006-02-22
Durante el papado de Karol Wojtyla —Juan Pablo Segundo— el Vaticano hizo grandes avances, no sólo al cristalizar una cordial relación institucional con otras grandes denominaciones religiosas del mundo; el inédito hecho de un Papa saliendo de sus palaciegas instalaciones romanas para reunirse con los jóvenes de todo el mundo y sembrar en ellos el amor a Dios; por la vida, y por el prójimo; y el de conciliar a la Iglesia Católica con la humanidad al pedir perdón por sus errores del pasado—incluyendo el hecho de reconocer que “los judíos no mataron a Cristo”—y también reconocer que la Teoría Científica de la Evolución, descrita por el naturalista británico Charles Darwin, es correcta.
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El último mencionado arriba gran avance del Vaticano, cobra hoy en día mucha más importancia, por cuanto significa que la Iglesia Católica sabe muy bien que todas las formas de vida que existen sobre La Tierra, se originaron a partir de microorganismos unicelulares mediante un proceso que tomó miles de millones de años; y en particular, porque eso también significa que —el Vaticano sabe muy bien— el ser humano (Homo sapiens) está íntimamente relacionado genéticamente, con la mosca de la fruta (Drosophila melanogaster).
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Drosophila melanogaster
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Existe una relación tan estrecha entre el ser humano y esa mosca de la fruta, que cerca del 61 por ciento de los genes de las enfermedades humanas conocidas, tiene un equivalente reconocido en el código genético de esa mosca; y el 50 por ciento de las secuencias genéticas de las proteínas de esa mosca tiene análogos mamíferos (recordemos que el ser humano es un mamífero).
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Y es precisamente por ello, que la mosca Drosophila melanogaster hace décadas que viene siendo usada como modelo genético para estudiar varias enfermedades humanas, incluyendo a los desórdenes neuro-degenerativos como los males de Parkinson, Huntington y Alzheimer; así como también para estudiar los mecanismos subyacentes en los procesos inmunológicos, la diabetes, el cáncer y el abuso de drogas.
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Y hace apenas 8 meses y medio—exactamente el 3 de junio de 2005—la revista científica Cell, publicó los resultados de la investigación de los Doctores Ebru Demir y Barry J. Dickson, del Instituto de Biotecnología Molecular de la Academia de Ciencias de Austria, titulado: “La división y recombinación genética del gen fruitless especifica el comportamiento del cortejo masculino en Drosophila”; lo que constituye una bomba nuclear científica, por cuanto comprueba, que el comportamiento sexual es un mandato genético.
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Y aunque la estricta disciplina científica no permita decirlo, este mayúsculo descubrimiento, quiere decir también, que los seres humanos—mujeres y hombres—que observan un comportamiento sexual—llamado políticamente “preferencia sexual”—distinto al comportamiento heterosexual, es porque son portadores de una mutación genética, que los hace comportarse así; y en consecuencia, su comportamiento sexual no puede “curarse”; no es una inmoralidad; y mucho menos un “grave pecado”, como acaba de afirmar el Vaticano.
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Por lo que cuando el Vaticano ordena a la Iglesia Católica—en febrero de 2006—que “lance un ofensiva” contra el “estilo de vida homosexual”, lo que está haciendo es seguir siendo tan obtusa e intolerante como cuando en el Siglo 17, amenazó con quemar vivo en una hoguera al sabio italiano; Galileo Galilei, por intentar enseñarle a la humanidad que La Tierra daba vueltas alrededor del Sol; es decir, obstruir deliberadamente el avance de la ciencia.
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Y por ello, cuando el Vaticano “lanza una ofensiva” para que a las personas homosexuales—hombres y mujeres—titulares de los mismos derechos humanos, constitucionales y legales, que el resto de las personas, se les impida unirse a un compañero o compañera por el que sientan un genuino amor; para que se les impida formar un hogar con un compañero o compañera de su voluntaria escogencia, y para que se les impida unirse a un compañero o compañera, que los cuide amorosamente cuando estén enfermos o comparta con ellos sinceramente las alegrías y tristezas de la vida; simple y llanamente porque al Vaticano no le gusta eso, es tan repugnante y reprochable como cualquier otro tipo de intolerancia, xenofobia o racismo.
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Los venezolanos católicos deberían hacerle saber a sus sacerdotes que esa “ofensiva vaticana” no tiene nada que ver con Dios, ni con la religión, sino con la muy humana pero absurda e inaceptable intolerancia hacia otras personas, sólo por el hecho de que son distintas a uno; y por lo tanto no debe tener cabida en nuestro país ni en nuestra sociedad.
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