- BELEN MARTINEZ, operaria
- Gara, 2006-01-17
Estas creencias socialmente móviles explicarían el fenómeno de la comprensión y desresponsabilización del maltratador, acentuadas por la benevolencia con que éste es tratado, si lo comparamos con otro tipo de delitos. Incluso, con deslizamientos semánticos, más o menos conscientes, hablamos de celos excesivos, de conflicto, de fuerte carácter, de hombre posesivo, sin mencionar el odio, la aversión, la misoginia, el autoritarismo, el machismo. Ignorando estos factores, contribuimos a la negación del carácter sociopolítico de las relaciones de poder entre los hombres y las mujeres, como ocurre en esos discursos reivindicativos «masculinistas» de muchos hombres (compartidos por algunas mujeres). Sólo desde estos parámetros se entiende que un juez dejara en libertad al individuo que había golpeado y herido de muerte a Begoña Bohoyo. ¿Un parte de lesiones, un informe forense, el atestado policial, las denuncias, los antecedentes, eran insuficientes para decretar el ingreso en prisión incondicional? Negligencias de este tipo no impiden que se insista en la denuncia de la violencia sexista. Parece una invitación a aprender el arte de vivir al borde del abismo.
La diputada sueca Gudrun Schyman proponía aplicar indistintamente a todos los hombres una tasa por un «delito de masculinidad», para financiar programas destinados a mujeres maltratadas. Una medida polémica, sin duda. Yo me conformaría con que la tasa la pagaran los maltratadores. La denuncia significa la restitución de los derechos. Begoña denunció. Pidió ayuda. Su riesgo fue negado y minimizado, incluso por la vecindad. ¿Por qué? Porque subestimamos la violencia sexista, o la confundimos. Los gritos, los insultos, el ruido de los desgarros físicos y psíquicos no son parte del túnel del amor, sino de una espiral machista, repetitiva y cónica. Y, frecuentemente, mortal.
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