2006/05/31

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  • 25 años de SIDA
  • Sejo Carrascosa, Técnico en Prevención
  • SIDALAVA · Arabako hiesaren kontrako batzordea

Lamentablemente lo que se inició con un cuadro clínico extrañísimo en California hace 25 años ha funcionado como una profecía que se autocumple.

Se dijo que podía ser una crisis de salud pública a escala mundial. Y así ha sido.

La lucha contra la enfermedad, que se expandía rápidamente, y la búsqueda de un tratamiento eficaz se convertían en una carrera contra reloj, porque la enfermedad devenía en muerte a una velocidad vertiginosa, al mismo tiempo que se habría otro frente, el de la prevención para evitar su expansión.

Tras estos 25 años no hay duda de que la evolución de los tratamientos antirretrovirales ha conseguido grandes éxitos; su uso ha permitido a muchas personas seropositivas llevar una vida de relativa normalidad, por lo menos en los países ricos, aunque otras llegaron tarde a su generalización y otras sufren las consecuencias de unos efectos secundarios nada deseables.

Desgraciadamente no hemos logrado un verdadero compromiso para que estos tratamientos lleguen a todas las personas que lo necesitan, la mayoría en países en vía de desarrollo; por otra parte, asistimos a una banalización de la enfermedad, en países como el nuestro, en el que se ha creado una inexacta apreciación de la enfermedad como crónica y controlable, y que nos ha conducido a un mantenimiento de la cifra de nuevas infecciones, con una ligera tendencia al alza.

También la prevención ha logrado cotas de sofisticación impensables en otra época. El abordaje de las prácticas sexuales alejado de cualquier valoración moral, y la visión de la drogadicción de una forma ajena a los prejuicios, ha posibilitado una reducción de los contagios, al mismo tiempo que ha cambiado de raíz las formas de intervención social sobre la sexualidad y la droga, por lo menos en los países ricos y todo ello a pesar de las trabas que desde diferentes poderes fácticos, como la Iglesia Católica, han puesto, y ponen, para su plena implementación.

No se puede olvidar la situación de la mujer que padece -también en este caso-, un ensañamiento más por su especial vulnerabilidad debida a las desigualdades de género. Los pocos estudios sobre enfermedades específicas de las mujeres han tardado años en hacerse y todavía es contemplada desde una perspectiva que las sitúa simplemente como un vector de transmisión: putas, madres, promiscuas…

A los 25 años, la visión de la pandemia, por realista, no puede ser más pesimista.

Más de 40 millones de personas infectadas y 30 millones muertas, 3 millones de personas mueren anualmente y 15.000 personas se infectan diariamente.

En el estado español mueren anualmente más de 2.000 personas y se infectan otras 3.000.

El Sida se ha extendido por todo el planeta encarnándose en los sectores menos favorecidos, y llegando a ser un problema para el desarrollo de los países que ya tenían de por sí suficientes déficits para su progreso interno.

El sida y la pobreza son las causas de que ningún país africano logre los Objetivos de Desarrollo del Milenio, y así lo ha reconocido el Secretario General de la ONU, Kofi Annan.

En estos países la pandemia se ha cebado, sobre todo en mujeres y la infancia, que se encuentran abocándoles a un sufrimiento y mortalidad sin precedentes en la historia: 2 millones y medio de criaturas han fallecido en los países pobres, solamente el año pasado murieron 500.000, y no parece que el futuro vaya a menguar estas cifras.

Los países ricos, el nuestro entre ellos, incumplen sus promesas de incrementar los fondos del Fondo Mundial de lucha contra el Sida, la Tuberculosis y la Malaria. Promesas que salen en grandes titulares de prensa cuando se hacen, pero que no se registran cuando se denuncia su incumplimiento. Los países pobres sólo son vistos como zonas a expoliar, sin importar la vida y las condiciones de su población.

No ayudan a paliar estos efectos devastadores los laboratorios farmacéuticos que, con su negativa a ceder las patentes, se convierten en amos y señores de la vida de un montón de personas, que por haber nacido en una parte del planeta, no tienen derecho a la más elemental de sus necesidades, la salud.

La lucha por una vacuna que tropieza sistemáticamente con la competitividad de la industria farmacéutica es otro de los frentes que nos escupe a la cara la miseria de un sistema de investigación cuyo fin último es el dinero.

Las administraciones de muchos países han delegado la prevención en ONGs, eludiendo una de sus primeras responsabilidades para con la ciudadanía. Al mismo tiempo dilatan las soluciones sobre una mejor vida de las personas seropositivas, soltando a cuentagotas los recursos que mitiguen los efectos secundarios o que frenen la exclusión y marginación a las que estas están sometidas. Un tratamiento antirretroviral sale por unos 9.000€ anuales y en los últimos tiempos hemos asistido a costosas campañas para saber usar el euro, para contarnos las bondades de la Constitución Europea, para prohibirnos fumar... Para esta pandemia que es el Sida sólo quedan unas migajas, y que hoy por hoy, con el voluntarismo y la imaginación están consiguiendo timidamente su objetivo, parar las transmisiones, que suponen una catástrofe mundial.

Desde el activismo anti VIH-SIDA seguiremos luchando contra la injusticia, denunciando las marginaciones, e intentando mitigar el sufrimiento. Y recordamos las palabras de uno de los primeros activistas en la lucha contra el SIDA fallecido en 1.999:

Recordad que un día la crisis del sida terminará. Y cuando ese día haya llegado y quede atrás, habrá gente viva que oirá que una vez existió una terrible enfermedad, y que un grupo de personas valientes se levantaron, lucharon y en algunos casos murieron para que otros y otras pudieran vivir y ser libres.

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